Aun soñoliento y algo mal oliente te mueves torpemente hasta la cocina en busca de comida. ¡Qué bien! Alguien te dejó un tazón de tu avena favorita. Lo empiezas, pero de repente… estás saboreando ¡el sabor más repulsivo! Estás comiendo del tazón ¡del perro! ¡PUAJ!
Escupes la comida del perro sobre la mesa. Tu hermano está sentado allí y se ríe con tanta gana que casi se cae de la silla. Prometes que te desquitarás antes de que termine el día. Sin tiempo para enjuagarte el terrible sabor de la boca, tomas tu bolsa de los libros y sales corriendo por la puerta hasta el paradero del autobús.

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